Si el rock’n’roll es una lengua franca, Rock’n’roll Premium es el disco más uruguayamente universal que vayamos a escuchar en años, con chancletas y Pan de Azúcar incluidos. Una colección de canciones ruteras, de playa y verano, transitadas por el buen humor. Nico Barcia y Tito Sónico no hacen un álbum de tributo al género (o los géneros, porque acá hay rock’n’roll, surf, psicodelia y psicosurf), sino que se dan el gusto de tocar la música que saben y les sale, con frescura y desparpajo. Con amor; al final del día, eso es lo único que cuenta.

Nico Barcia y Tito Sónico no son unos novatos. Ambos vienen gastando, desde los tempranísimos 90, los mismos escenarios. El primero, con Chicos Eléctricos, Reyes Estallar, Hotel Paradise, Barcia- Kishimoto- Nozar, entre otros, y solo, si cuadra la oportunidad. El segundo, al mando de la primera guitarra en The Supersónicos y, más acá, también a través de esa enciclopedia de la música uruguaya en clave de surf que armó en Tito y sus Supersónicos.

Sin embargo, es la primera vez que se juntan en un estudio para cranear un proyecto juntos, y el resultado es, cómo no, Premium.

Las nueve canciones que hacen el disco pasean por un arco de referencias más o menos reconocibles, que van del rock and roll primario a la psicodelia, del surf rock al psicosurf, y por ahí se adivinan las influencias de Los Ramones, Link Wray, Eddie Cochran, Dick Dale, Buddy Holly, The Ventures, The Trashmen, 13th Floor Elevator y Elvis. Todas ellas en el equilibrio justo de reverb, distorsión, buen gusto y sentido del humor.

Pero en Rock’n’roll Premium no se trata de demostrar cuánto toca cada uno ni medir la melomanía de los músicos. Lo que perfectamente podría haber sido un (valioso) tributo a los géneros que abarca es, al final, un disco de rock personal y contemporáneo. En bares y revistas se habla de la muerte del rock, y es cierto que el pobre, de tanto salir en publicidades, se ha venido quedando sin ideas, manoteando cada tanto cualquier cosa que suene novedosa para sentirse joven o, como Cronos, morfándose a sus mejores hijos.

Sin embargo, en este caso, Nico Barcia y Tito Sónico, llevan el museo al garaje, lo desarman, lo intervienen y le sacan brillo a los colores originales. Así, los temas instrumentales se intercalan con canciones de letras tan raras como cercanas para los que tuvimos la distracción de nacer en esta parte del mundo. Los paisajes, los personajes, las palabras, son tan reconocibles como el Pan de Azúcar, y el viejo rock, aquel que saltó de la guitarra de Chuck Berry al mundo, tiene pilchas nuevas. Y le quedan del carajo.

Jorge Costigliolo